Desde Castiello de Jaca se abre un pequeño valle transversal surcado por el río Ijuez. Se llama la Garcipollera y es tan discreto y recogido que suele pasar desapercibido. Pero en su interior pasan muchas cosas. A mediados del pasado siglo el Estado procedió a su expropiación para reforestarlo y evitar así la colmatación del vaso del embalse de Yesa. Los habitantes de Bescós, Acín, Larrosa y Villanovilla tuvieron que buscar otro lugar para vivir y el valle se llenó de silencios y ausencias. Se creó entonces una Reserva Nacional de Caza y se introdujeron tres ciervos procedentes de Toledo. El trío se multiplicó y hoy se contabiliza la mayor población de venado de todo el país. Éste es uno de sus alicientes, pero no el único.
La carretera asfaltada conduce hasta las ruinas de Bescós, donde el Gobierno de Aragón tiene una granja experimental en plena actividad. Luego el camino sigue a través de una pista en buen estado que permite atravesarla tanto a pie como en coche o bicicleta. Mantiene un ligero ascenso casi imperceptible al principio, rodeada por un paisaje de grandes pinares reforestados, rosales, endrinos, zarzas y la rica fauna. Lo normal es que algún ciervo se cruce en nuestro camino.
En Villanovilla se acaba el mejor tramo. Este pueblo nunca quedó abandonado del todo y ahora ha sido primorosamente rehabilitado. Vuelve a tener las hechuras de un pueblo pirenaico de piedra y pizarra; el único en todo el valle. Hay un albergue y un restaurante dentro del pueblo que sirve comida típica de la tierra.
Desde aquí queda todavía un trecho hasta la ermita de Santa María de Iguácel, valiosa joya del románico levantada en 1072. Consta de una nave rectangular cubierta de madera, tres puertas de arco de medio punto en degradación y un ábside semicircular. El edificio está rodeado de una agradable explanada con bancos y mesas para reponer fuerzas tras la caminata. Ideal para hacerla con niños.