El fuerte de Coll de Ladrones es una de las edificaciones más singulares del valle de Canfranc, conocido también como “valle fortificado” por las numerosas construcciones de carácter defensivo que acoge y que pertenecen a diversas épocas de la historia.
Hubo una primera fortaleza construida entre 1751 y 1758 por Pascual de Navas, aprovechando la estratégica situación del lugar como atalaya defensiva. La precariedad de la construcción provocó que este edificio tuviera una vida breve. En 1777 fue abandonado pero se volvió a ocupar temporalmente durante la Guerra de la Convención (1793-1795).
A finales del siglo XIX se recupera la idea de construir nuevamente un fuerte para proteger el valle. En este caso, el proyecto formaba parte de las exigencias del Ministerio de la Guerra español para permitir la construcción de la línea internacional de ferrocarril Oloron-Canfranc. La memoria todavía viva de la Guerra de la Independencia y el temor a nuevas incursiones francesas alimentó una política de construcciones defensivas que dejó en todo el valle importantes huellas. El nuevo fuerte de “Coll de Ladrones” se construyó como una réplica del fuerte francés de Portalet, en el otro lado de la frontera.
Las obras comenzaron en 1888 y no culminaron hasta principios del siglo XX. En ellas se derruyó prácticamente todo el inmueble original y se modificó incluso la fisonomía del lugar, ya que se rebajó previamente la cima de la montaña. Se abrió en la parte oriental una puerta de acceso y un foso excavado en roca. Las casamatas subterráneas para la artillería se colocaron en disposición noroeste a noreste. Desde la carretera se puede observar la galería aspillerada abierta sobre la roca, que desciende hasta otra batería.
El fuerte quedó pronto superado por las innovaciones tecnológicas en materia de guerra y al poco tiempo de su puesta en marcha ya se transformó en pura arqueología militar. El célebre militar y geógrafo Rafael Torres Campo ya advirtió en 1889 sobre el destino que iba a tener aquel edificio: “será un bello modelo sin más aplicaciones que servir de recreo a los curioso y dar testimonio de condescendencia sin ejemplo. En 1961 fue cerrado definitivamente y en 1990 pasó a manos privadas después de una subasta pública.