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No es hasta el siglo XVII cuando la madera de los bosques navarros comienza a descender por el río Esca, si bien en otros valles pirenaicos -como el de Hecho- era actividad bien conocida ya desde el siglo XIV. Dicha actividad llega a ser de trascendental importancia para el desarrollo de estos pueblos, y el oficio de almadiero se populariza entre los habitantes de los mismos. No en vano, y debido en gran parte a su peligrosidad, el jornal diario de uno de estos trabajadores quintuplicaba al de un jornalero del campo. De noviembre a junio estaban los almadieros lejos de su hogar, siendo en el mes de mayo en el que se daba un mayor tráfico al coincidir con el deshielo, y en consecuencia, con un aumento significativo del caudal de los ríos.
Para que el transporte de madera fuese rentable, se estimaba que el viaje hasta Zaragoza debía realizarse en siete días “y tres más de tornada”. Si el destino era Tudela, se debía regresar en dos días, y si era Tortosa, en cinco. Los almadieros de Sigüés trataban de invertir cinco días, o seis como mucho, en el transporte de la madera. De este modo aumentaban su rentabilidad y obtenían mayor beneficio económico.
Hoy día aún viven antiguos almadieros en Sigüés. Muchos vecinos aún recuerdan cómo siendo niños aguardaban a que los almadieros amarraran las almadías al “rimadero” para subir al pueblo a comer, y ellos aprovechaban para montarse en ellas y sentirse intrépidos almadieros por unos instantes.
El Museo de las Almadías de Sigüés, ubicado en las dependencias del antiguo ayuntamiento, pretende acercar al visitante al descubrimiento de este oficio perdido.